El Camino #9: Voie d’Arlés y final Aragonés

Muy buenas mi gente,

En este capítulo peregrino me gustaría contaros una de mis vivencias veraniegas. En esta ocación fui a la vía de Arlés con un primer atajo gracias al TER (tren regional) desde Pau. D’accord, no comencé en Arlés… de ser así no podía (por falta de días) haber cruzado la frontera con España y eso era lo que más me importaba hacer este verano. A continuación veréis el por qué.

¿Qué puedo deciros de su origen? Pues se remonta a la llegada de los peregrinos desde Montpellier, Toulouse, etc. muchos de ellos monjes cluniacenses que aprovechaban el paso romano del Somport y el valle del río Aragón para llegar hasta tierras navarras donde confluye con el itinerario principal, desde la localidad francesa de Saint-Jean-Pied-de-Port (San Juan Pie de Puerto) hasta Santiago de Compostela.

Así es que comencé esta aventura desde la población de Oloron-Sainte-Marie, remontando el gave d’Aspe (‘gave’ es torrente pirenaico, a quien le interese saber su significado). Las etapas francesas fueron bastante amenas, yendo por praderas, granjas, durmiendo en lugares sorprendentes como el monasterio de Sarrance o el albergue situado en el antiguo hospital de peregrinos de Borce que se remonta a la Edad Media.

Una curiosidad que no supe hasta que empecé la ruta es que en Oloron se cruzan dos caminos, el que viene de Arlés y otro llamado la voie du Piemont que pasa por Lourdes. Por lo tanto, a la salida, había que prestar atención de no equivocarse de camino.

Hasta aquí los paisajes bucólicos (admirando vuelos de milanos) y las deliciosas comilonas. Ya me habían avisado de la dificultad de la etapa de subida al col du Somport. Y lo que es más, se ha redirigido parte de su trazado a un gélido túnel de ferrocarril en desuso antes de Urdos para poder salvar un punto negro peligroso. Ahora están de obras habilitando una pasarela para no tener que ir junto a los coches y camiones.

A partir de esta población, ya todo era subir por bosquecitos varios en los que encontrar helechos, brezos o flores tales como esta vara de oro (solidago virgaurea) que se utiliza como diurético o frente al reuma. También es posible encontrarse con las vacas pirenaicas. Cuidado, eso sí, de no acercarse mucho porque puede ser que haya algún patou o perro de montaña de los Pirineos, una raza de pastoreo que se utiliza para vigilar los rebaños a esas alturas y defenderlos de los ataques de los osos y lobos. Yo preferí no jugármela, llamadme precavido.

El paso por la aduana del Somport es ya un hito en sí. Si podéis dormir en la montaña, en algún albergue o refugio, os lo recomiendo pues es un puntazo poder ver el cielo a esas alturas y disfrutar de la tranquilidad de la montaña.

¿Sabéis de dónde viene el nombre de Somport? Pues de su historia romana dado que la vía tenía su paso este punto lo llamaron ‘Summus Portus’, es decir, el puerto más alto.

Y tras este tan merecido y necesario descanso pirenaico, tocaba bajar todo lo que se había ascendido pero en esta ocasión por la zona sur hacia las tierras del antiguo reino de Aragón.

Primer mojón del camino aragonés en Somport

El comienzo del camino Aragonés contaba con mucha más gente que la que venía encontrándome por Francia pues había bastantes senderistas que venían realizando el GR10 o GR11 atravesando la cordillera montañosa entre el Atlántico y el Mediterráneo. Tampoco era una afluencia tal que colapsara los caminos pero sí convenía reservar los refugios o albergues.

El año pasado pude cruzar el límite franco-español por Navarra por la variante del Baztanés. Este año tocaba la ruta aragonesa que desciende junto al río Aragón vía Candanchú (pasando por las ruinas del Hosptial de Santa Cristina) hacia Canfranc (imprescindible ver la entrada de su túnel y la estación ya recuperada) y refrescarse junto al puente de San Miguel por Jaca. Me vino a la memoria Pamplona y la Taconera por su ciudadela con los cervatillos… ¡Cuántos recuerdos!

Mención aparte merece la cueva de las Güixas por la localidad de Villanúa. Mientras se desciende de la montaña bordeando el pico de la Collarada (2.886 metros de altitud) daréis con una gruta con una historia singular. Y es que cuenta la leyenda que este lugar se reunían mujeres para realizar baños de luna y mantenerse jóvenes. Se dice esto pero muy probablemente fuesen personas con conocimientos de plantas medicinales que podían ayudar en partos, etc. y que por enemistad de vecinos, etc. fueron acusadas de brujería y quemadas. Os animo a que lo visitéis, además se está a la fresca en su interior. Lo ideal en plena ola de calor. Los murciélagos saben bien donde recogerse y aquí hay una gran comunidad de hasta 12 especies distintas.

Consejo que muchos hicieron, yo no, y que aquí os explico. Algún que otro peregrino optó por reservar dos noches cama en Jaca, subir en bus por la mañana de Jaca a Somport y realizar la primera etapa con lo mínimo (casi sin peso en la mochila: agua, comida, etc.) y no forzarse tanto en esa larga jornada de más de 30 kilómetros.

Lo duro, diría yo, venía después y ahora veréis a qué me refiero. A partir de Jaca, los caminantes pueden optar por seguir un trazado recto y paralelo a la carretera hasta Puente la Reina de Jaca o bien tomar una variante y visitar San Juan de la Peña. Yo me animé por la novedad, ¿quién sabe cuándo volvería a estar por esos lares?, Lo que no sabía es que es la etapa más difícil del camino, con diferencia, por los caminos por los que lleva, el desnivel acumulado y la falta de señalización en muchas partes. Ya lo decía la guía Gronze «sólo es recomendable para peregrinos con experiencia en este tipo de caminos». Y puedo decir que tras el Vadiniense por los Picos de Europa o el Salvador por el puerto de Pajares, uno ya lo ha visto todo.

Adentrarse en espacios naturales protegidos tiene sus pros y contras. La etapa es dura y es fácil perderse, cierto, pero la belleza del paraje es la recompensa y poder ver sus monasterios (nuevo y viejo) y las iglesias de Santa Cruz de la Serós (tras descender por el peliagudo barranco de la Carbonera) para mí fue un plus.

El enclave del monasterio viejo parece inexpugnable, protegida debajo de una roca, digno de un ermitaño ¿no? Allí encontraréis las tumbas de los primeros reyes de Aragón. Cuenta la leyenda que se guardó el Santo Grial entre los siglos XI y XIV. Obviamente era un lugar por el que, sí o sí, había que pasar. Entenderéis pues que quisiera llegar a España. Nota importante: también es posible visitar esta localización en bus, para aquellos que no se sientan tan valientes de probar esta variante.

Puesto que el desvío fue bastante duro para nuestros pies, las etapas siguientes fueron más bien relajadas (descansando en Santa Cilia y Arrés, parada obligada del camino en su albergue de donativo, un lujazo que siga habiendo sitios así). Tras dejar atrás los valles pirenaicos, nos adentramos en los campos de labranza y colinas de escorrentía con formas extrañas.

Si os interesa lugares con encanto, cerca de Artieda podéis ver la Ermita de San Pedro (construida con restos romanos, como prueba su columna). Se comenta que pertenecería a un templo erigido en honor al dios Jano.

El camino está repleto de momentos sin importancia (viendo las formas de las nubes) y sorpresas, como las ruinas de Ruesta cuyo albergue y bar son gestionados por el sindicato CGT (fantástico lugar para poder observar las perseídas o lágrimas de San Lorenzo). A la salida de sus calles daréis de lleno con el polémico pantano de Yesa cuyo recrecimiento del embalse ha sido denunciado por los daños medioambientales, las grietas que causan deslizamientos, etc.

Tras estos dias de mayor soledad, casi sin servicios salvo los alojamientos, optamos por realizar otro desvío para conocer el Castillo de Javier (meta de la peregrinación navarra, la Javierada, en honor a su patrono: San Francisco Javier).

San Francisco Javier, allá por el siglo XVI, se marchó de su tierra para estudiar en la Sorbona de París. Allí conoció a Ignacio de Loyola y su influencia hizo que en 1541 se aventurara a dar a conocer la palabra de Dios en lugares tan lejanos como Indonesia, Japón o China. Hoy sus restos se encuentran en Goa (India). Un trotamundos, sí, señor.

Para regresar al camino principal hubo que ascender por la Peña del Adiós, desde la que dice la leyenda que el santo se despidió de su tierra por última vez.

Los caminos se tornan más secos, sin mucha sombra y las etapas más largas de lo deseado pero no hay tantos albergues como en otros caminos (véase el del Norte o el Primitivo). Algunos compañeros de andanzas se fueron bajando del tren ya en Sangüesa (donde se encuentra la carta del ahorcado del tarot en el pórtico de la Iglesia románica de Santa María la Real).

Otra variante más difícil de encontrar, porque ni en las webs aparece, es la que se puede tomar entre Sangüesa y Monreal y nos lleva por la Foz de Lumbier, un espacio medioambiental bellísimo en una garganta natural. Lindo enclave que merece la pena conocer, por disfrutar de sus paredes repletas de buitres y águilas. Con semejante paisaje ¡qué más da añadir unos kilómetros a la etapa!

Ya el camino va llegando a su fin por Monreal, donde podréis cruzar su magnífico puente medieval. Lo malo de hacer el camino en verano es que puede tocarte aguantar una canícula. Para ello, no queda otra que madrugar e intentar evitar la ola de calor haciendo la mayor parte de la etapa con el fresco matinal. Pero entonces apenas verás los parajes que el camino te presenta. Un peregrino es un aventurero, sí, pero no ha de ser un imprudente.

La última parte de este camino atraviesa campos y zonas de secano… Cada vez se parece más a los horizontes castellanos. Aquí podréis ver los restos del castillo de Tiebas o la torre de Olcoz (la cual fue incendiada cuando las tropas napoleónicas se hallaban en su interior) antes de terminar en Eunate y su conexión con el camino francés por Puente la Reina.

Existe cierta magia en estos últimos lugares, Eunate y Puente la Reina, unida a los Templarios. Era la 1ª orden de caballería religiosa o monjes guerreros. Se pueden encontrar ciertos símbolos suyos como la pata de oca en la cruz del Cristo de Puente la Reina (se cree que era una encomienda templaria).

La iglesia de Santa María de Eunate, cuya construcción data del siglo XII, tiene una historia interesante. Su nombre vendría a significar ‘cien puertas’ pero hoy día únicamente podemos ver los 33 arcos que rodean la iglesia. Se piensa que había otras dos arquerías (hoy desaparecidas) haciendo así las 99 puertas más la de la portada de entrada al edificio sacro.

Como queda una arquería, se ha extendido la idea entre muchos peregrinos que hay que dar 3 vueltas a la iglesia para recargarse de fuerzas en el camino.

Y hasta aquí mi verano de descubrimientos. No ha ido nada mal, restos romanos, el Santo Grial, inscripciones secretas en pórticos de iglesias, leyendas templarias, etc. Por un momento parecería tratarse de la trama de una película de aventuras al estilo Indiana Jones (salvando las distancias jaja) ¡Qué pena que agosto se esté acabando!

‘August slipped away!’

1B xoxo

El Camino #7: Baztango eta Euskal Herriko Donejakue Bidea

¡Egun on, peregrinos!

En esta ocasión me gustaría relatar mi verano peregrino. Vuelvo a las andadas, nunca mejor dicho y el camino es mi manera de recargar las pilas. Ya he hecho varios, sí, pero nunca había entrado en España andando así que era el momento.

Este camino más vasco no podía ser, empezando en la costa del Pays Basque français para cruzar los Pirineos y descender por Navarra. Y para culminarlo, iniciar otro camino en Euskadi, entre Guipúzcoa y Álava. A continuación, os cuento los detalles:

La aventura comenzó con el Camino Baztanés en la playa de Anglet, con el océano como telón de fondo. Imprescindible pasar por Bayona (recomiendo el nuevo albergue o réfuge Saint-Jacques, ubicado en pleno centro de la ciudad). Después tocó remontar el río Nive hasta los Pirineos, descubriendo Ustaritz (con el Instituto Cultural Vasco), Espelette (hogar de los famosos pimientos) o el Col de Pinodieta para descender a Ainhoa.

Hubo etapas con dificultades de alojamiento (sin albergue o gîte d’étape) al no ser un camino muy conocido pero paisajísticamente rivalizaría con el camino Primitivo. Tiene un montón de parajes incontournables y rutas como el GR-10 (camino de gran recorrido que cruza la cordillera pirenaica desde el Atlántico al Mediterráneo) o la senda de los contrabandistas (que se usaba para evitar la policía fronteriza).

Allí también encontraréis la ruta del pottok azul (pottok significa pequeño caballo y esta especie de poney/poni únicamente se encuentra al oeste de los Pirineos) y si tenéis suerte y no os perdéis con la señalización, podréis ver en persona las antiguas aduanas francesas por Dantxarinea, hoy en desuso tras la llegada del espacio Schengen ¡Aún queda tanto por aprender y descubrir!

Además, aquí tenéis el plus de entrar en España, por el histórico Reino de Navarra y atravesar los valles del Baztán, primero, y de Anué, después.

Allí el camino lleva por unos hayedos preciosísimos que resisten pese a la ola de calor que hemos padecido y unas localidades preciosísimas como Urdax (con su monasterio-albergue o su refugio de animales Trikuharry, donde por suerte nos sirvieron algo de comer. ¡Milesker o gracias!) o Elizondo (conocida por la trilogía de Dolores Redondo), etc.

Esta variante es un verdadero sube y baja, con miradores que quitan el hipo (como el de la Venta de San Blas) y castillos, como el de Amaiur, que vale la pena visitar.

La verdad que el camino puede resultar algo solitario. Por suerte, se juntó un pequeño grupo, con abandonos incluidos. Las etapas no eran sencillas que se diga (por ejemplo, ascendiendo a puertos como el de Otsondo o Belate, descendiendo luego hasta el antiguo monasterio de Belate).

Descansar en los albergues de Berroeta (encima de un frontón) u Olagüe así como el brebaje vasco a base de coca cola (a lo pócima de los galos) vino de perlas para no sucumbir y afrontar como se podía la canícula por esos lares.

Por desgracia, una vez esta ruta llegaba a Trinidad de Arre uno se topaba con la marabunta del camino francés como ya me pasó en León. Eso sí, fue un puntazo poder dormir en el albergue de Arre, en un hospital de peregrino del siglo XI. La continuación era más sencilla, pasando por Villava (pueblo del maestro de la bicicleta Miguel Induráin, ¡viva el ciclismo!) y entrando en Pamplona por el puente de la Magdalena.

Allí tocó descansar un poco (turisteando y visitando los jardines de la Taconera con sus ciervas) y cuidar los maltrechos pies en el albergue Jesús y María (antiguo seminario episcopal) para lo que venía encima. Un nuevo camino estaba a la vuelta de la esquina y se aproximaba cual toro en los célebres Sanfermines, Ya podía recargar las pilas porque lo iba a necesitar.

Breve pit stop en Pamplona

En Iruña decidí tomar un bus para comenzar otro camino lejos del gentío. Mi viaje me llevó a Donosti en su Semana grande o ‘Aste nagusia’, así que tocó aguantar mareas de personas pero a la vez disfrutar de sus fiestas y fuegos artificiales. Y bueno, nunca viene mal volver a pasar por un sitio donde ya estuviste… Aún recordaba mi breve paso por San Sebastián en el camino del Norte. En esta ocasión no quise desaprovechar la oportunidad de pasear descalzo por la playa de la Concha o de degustar unos pintxos en su casco viejo.

Y la pausa se acabó. Tocaba agarrar la mochila. En esta ocasión, en mi búsqueda de tranquilidad, opté por descubrir el Camino Vasco Interior que remonta el río Oria y transita por localidades guipuzcoanas tan reputadas como Hernani.

La mala fortuna quiso que hubiera fiestas en cada pueblo por el que el camino pasaba como sucedió en Andoain (al menos el albergue estaba abierto, por suerte lo gestiona la policía). Allí por ejemplo, tras una etapa qué mejor que utilizar las cintas eléctricas para subir las cuestas y como colofón para descansar… sumar kilómetros a las piernas para ir a ver el puente de Unanibia (también llamado ‘puente de las brujas’).

Espiritualmente, fue un camino bastante solitario (por ejemplo: recorriendo los bidegorris o carriles bici) pero idóneo si queréis alejaros del tumulto. Podéis aprovechar los kilómetros para pensar, jugar en sus frontones o incluso apreciar la cultura vasca.

Por ejemplo, ¿sabíais de la existencia del eguzkilore o flor del sol? Pues era una flor que ponían antiguamente en sus puertas para proteger sus hogares. Hoy está protegida y está terminantemente prohibido cortarlas para este uso.

También pude ver muchos lauburus o la cruz vasca que simbolizaría el movimiento, las etapas del sol o las edades del hombre. Muchos piensan también que se trata de una cruz celta o tetrasquel/cuatrisquel (y puede que sus orígenes sean celtas o germanos, ¿quién sabe?) pero el lauburu es el símbolo más representativo de la cultura vasca. Eso está claro.

El camino luego lleva por lugares históricos como Tolosa (nada que ver con la tolosa francesa, je suis désolé), En Ordizia se puede apreciar un enorme mercado cubierto en la plaza mayor. Pocos kilómetros después, se llega a Beasain, donde hay un albergue de los que te quedas embelesado en un antiguo molino. Y dicho albergue es de donativo, que no significa gratuito.

Esas sorpresas te dan energía, como un buen quesito de Idiazábal, para afrontar la etapa reina de este camino saliendo de Zegama (tras una merecida parada en su albergue, una casa pasiva o passivhaus) para atravesar el Parque Natural de Aizkorri-Aratz por el majestuoso túnel de San Adrián. Hito difícil de superar, aunque se puede comparar con la etapa de la ascensión al Puerto de Pajares en el Salvador.

Este túnel es una maravilla geológica. Un paso natural que abrió la cordillera montañosa y permite cruzarla (en mi caso, entrando por Guipúzcoa y saliendo por Álava). Dicha cueva sirvió como refugio y fue utilizada por poblaciones prehistóricas, celtas, íberas y hasta romanas (como pruebas la calzada romana a la salida de la cueva o los dólmenes que salpican la comarca). En su interior os podréis deleitar con su ermita.

Tras tanto sube baja, se llega a Zalduondo y se puede dormir en el albergue junto al cementerio (nota: no tienen más servicios así que llevad provisiones). La última parte de este camino puede parecer monótona… pero si uno se desvía para visitar el Dolmen de Sorginetxe (saliendo de Salvatierra/Aguráin) o el Castro de Henaio (antes de entrar en Alegría/Dulantzi) no lamentará ese añadido porque estos parajes son fantásticos. Y os lo dice uno que pudo ver con sus propios ojitos la maravilla de Stonehenge. Tenemos que apreciar más nuestros tesoros nacionales.

Y si hacer esos kilómetros de más os han dejado sin fuerzas, siempre podéis comer una goxua (una variante de la crema catalana con nata, bizcocho, crema pastelera y su caramelo líquido). Sweeter impossible!

Y quemando las etapas (simbólicamente), tocaba atravesar la Llanada Alavesa, con sus eternos campos de cereales, girasoles y huertas por doquier. Un paisaje totalmente distinto al que venía siendo habitual al otro lado de las montañas. El final en Vitoria/Gasteiz un plus, con su almendra o casco histórico, un lujo poder culminar el camino en tan linda villa y poder conocer su historia.

‘Porque Vitoria es un punto… ¡el punto sobre la Historia!’

Cuánto daño ha hecho Telemadrid, lo lamento jeje

Y el camino llegó a su fin, por el momento

Bueno no puedo despedirme sin dedicar una canción al camino y lo que me ha evocado: el ir y venir; salir de la ruta y hacer el camino más propio y único o también explorar lugares sorprendentes como los de arriba. Disfrutad de este éxito de Álvaro de Luna.

‘A veces voy, a veces vengo.
En el camino me entretengo’

Espero que os haya picado el gusanillo de hacer el camino o bien de ver estos lugares.

¡Buen camino!

1B xoxo

El Camino #6: Retorno Uclesiano

¡Buenos días y buen camino!

Esta entrada me gustaría dedicarla a un camino que hice recientemente y que ha sido una prueba de superación (¿y cuál no lo es?). En esta ocasión me animé a realizar el Camino Santiaguista de Uclés, ergo, montar en bici desde Uclés a Madrid. Se le podría llamar el camino de Uclés 2.0, el regreso al camino que hice años atrás hasta los montes de Cuenca.

Era una espinita que tenía clavada y que al final he hecho con mi ‘nueva’ bicicleta: una BH Olympic de carretera de los años 80 de acero (eso sí, restaurada). De ésas que aguantan todo, como los Nokia de los 2000… ¿Quién dijo obsolescencia programada? jaja

Se podría decir que en esta ocasión podía asemejarse a una penitencia. No siempre se anima uno a cubrir cientos de kilómetros en plena ola de calor con temperaturas de más de 40 grados. Ya por todos es conocido que la Mancha es conocida por su frescor, ironía incoming.

En resumen, me tocó superar mis límites (eso sí, yendo siempre con cuidado e hidratándome a menudo). Ya había esperado bastante para volver al camino tras inundaciones, pandemia, etc. Una cosa estaba clara: no pensaba volver a posponerlo de nuevo.

La salida desde el monasterio de Uclés fue tranquila a la par de técnica (tocaba ir con mil ojos y percatarse de las partes de los senderos con terreno más compacto así como evitar las piedras que pudiesen hacer que pinchase las ruedas). Este problema se multiplica si, como servidor, vas con ruedas mixtas (pero finas) de carretera. Da igual que sean Schwalbe Marathon, en medio del campo cualquiera puede tener un pinchazo y el calor no era un buen aliado para mis cubiertas.

Pese a salir por la mañana (con la idea de no tener que hacer muchos kilómetros con la solana encima), tocó rodar entre caminos y carreteras secundarias bajo un sol de justicia. Tocaba aprovechar las fuentes y la poca sombra que encontraba.

Panorámica desde las alturas de Cuenca

Entre las novedades que os puedo contar, ver el trébol de Elidio o la nueva área de descanso junto al Bosque de los Peregrinos al estilo del bosque pintado de Oma. Se ve que Manuel Rossi, su creador se lo ha currado y mucho (y eso es de agradecer). Y si no, mirad el paso internacional bajo la carretera a la salida del pueblo conquense de Huelves ¡Menudo trabajazo!

La subida al Pelegrín picó tanto como la otra vez y tuve que poner pie a tierra. Los neumáticos patinaban y la seguridad es lo primero. Luego, junto a la cruz, un respiro y a admirar el paisaje.

Después de almorzar en Barajas de Melo tocaba continuar la ruta (con contratiempos como sitios donde sellar que no estaban abiertos). Ante estos problemillas uno ha de actuar y no quedarse quieto, pasar a otro pueblo o ver otras opciones.

Y esto me pasó más de una vez, se nota que en verano los horarios son más laxos. Por suerte, lo que nunca cierra es el camino en sí. Tocó remontar la vía verde de los 40 días desde Estremera y subir hasta Carabaña (¡y más sitios cerrados!). Imaginaos que no encontráis un albergue o que pincháis una rueda. Hay que aprovechar cada descanso y cada sombra, como bien hice en los túneles hacia Estremera.

Tras un refrigerio, había que pasar por Tielmes y recorrer la vía del Tajuña (la huerta madrileña) hasta Perales del Tajuña, donde me esperaban Ana y Virginia con su gatita Carolina en la Casita de Peregrinos (unos soles). Ojalá hubiese más hospitaleros/as como ellas.

Ya iba teniendo las piernas algo cansadas pero tocaba rodar con una meta: llegar a Morata para disfrutar de mi merecido desayuno de campeones, sus famosísimas palmeritas (una con chocolate fino y otra con fondant más grueso)… ¡Un delicioso manjar!

Tras el madrugón y esa exquisitez, era el turno de ascender por la última parte de la vía verde del Tajuña pasando por la antigua estación de Cornacabra, la cual cumplió con su función de transporte de personas y mercancías hasta bien entrada la década de los años cincuenta.

Coronada la ascensión junto a una cementera (ahí estoy, celebrando victorioso llegar a la cima con mi maillot de Otero), ya únicamente quedaba descender relajado a Arganda del Rey, tierra de recortadores. Tras la localidad de la Poveda, opté por ir por un desvío y atravesar el antiguo puente de la N-III para llegar a Rivas. Me encanta la experiencia de realizar un camino distinto e imprevisto. Ya os he narrado otras aventuras como mi inesperado epílogo a Fisterra o el cambio de camino del Norte al Inglés. A explorar se ha dicho, como Indiana Jones, y hacer el camino tuyo.

Poco quedaba ya hasta Madrid, o eso pensaba, pero el calor empezó a pegar de lo lindo. Era el momento de la épica emulando a Don Quijote y Sancho con las trincheras de la Guerra Civil (o de los maquis, según a quien preguntéis) como escenario de fondo o en la foto, la cueva de la Bruja antes de llegar al río Manzanares.

Me está quedando un relato un poco largo, lo sé y lo lamento, pero detallado también. Una vez veía que estaba llegando a la capital, una cosa estaba clara, me esperaba una cálida bienvenida en Madrid (et oui, ¡por las tórridas temperaturas! jeje) y sellar finalmente en la Iglesia de Santiago, ubicada en pleno casco histórico madrileño junto al Palacio Real.

Información para novatos/as: Si os interesa hacer el camino, podéis acercaros a esta iglesia y pedir la credencial. Hasta tienen días en que se reúnen para dar información y consejos sobre el camino.

Si una cosa he aprendido de esta epopeya es que incluso en los momentos de flaqueza uno puede sacar fuerzas y ser paciente, que la vida no es una carrera. Ante toda dificultad u obstáculo, hay que esperar que todo mejore. O al menos eso nos recuerda esta canción de James Blunt.

‘When every ship is going down
I don’t fear nothing when I hear you say:
– It’s gonna be okay’

Tras tan heroico viaje, tocó limpiar la bicicleta y tomarse un bien merecido descanso.

1B xoxo

El Camino #5: Honrando al Salvador del románico

Muy buenas peregrinos,

Años atrás hice el camino primitivo y desde entonces tenía la espinita clavada de llegar andando a la capital asturiana por una tradición que conocí en las charletas de peregrinos, realizar el antiquísimo Camino del Salvador.

‘Quien va a Santiago y no va al Salvador, honra al criado y deja al Señor’

Este refrán recomienda al viajero pasar por Oviedo, hogar del Salvador, antes de llegar a Santiago de Compostela. Así que cogí la mochila y emprendí un nuevo camino en esta ocasión desde León (allá donde lo dejé cuando realicé mi aventura lebaniega/vadiniense.

Así que, de regreso a la capital leonesa, comencé una nueva ruta con una primera etapa algo complicada (mucho sube y baja, sin apenas descanso) pero con un albergue para mí solito en La Robla (localidad en la que se rodó la película española de Gracita Morales ‘Sor Citroen’, que ha visto momentos mejores ahora que está perdiendo su industria).

La segunda etapa pasa por la ermita del Buen Suceso y atraviesa el bello municipio de La Pola de Gordón, donde me dieron una pañoleta conmemorativa del Salvador. Nada hacía presagiar lo difícil que se haría la ruta pero así fue, tras llegar a la colorida Buiza, hubo que apretarse el cinturón y ascender hasta el alto de las Forcadas de San Antón. Y si uno pensaba que eso era lo peor, luego tocaba descender (las rodillas lo notaron al instante) y emprender otra subida no tan dura en esta ocasión hasta Poladura de la Tercia, donde opté por alojarme pidiendo por adelantado que me trajeran la comida al restaurante-hostal del pueblo.

El paraje era precioso en su crudeza, tirando a extremo. Me contaron que hubo peregrinos que intentaron realizar este camino en invierno cuando todo está cubierto de nieve y acabaron teniendo que rescatarles por congelación.

Al día siguiente, comprendí que sus avisos no eran un mal presagio pues me tocó un día de orbayu (lluvia leve que empapa) y mucho aire (¡no llegué a salir volando por poco!) para ascender por el alto de los Romeros (con su famosa cruz del Salvador) hasta Arbas del Puerto. Allí descubrí el nacimiento del río Bernesga y también pude visitar su magnífica colegiata gracias a que me abrió las puerta un vecino. Pero lo peor llegó con la repentina niebla helada con la que me tocó lidiar en el Puerto de Pajares (¡hasta los 1378 metros de altura!).

Breve apunte histórico, cabe saber que la Colegiata de Santa María de Arbas tiene su origen en un hospital para peregrinos dada la peligrosidad del alto de Pajares, allá por el siglo XII. Se conoce que la reina Urraca de León aportó donaciones a esta pequeña capilla. Merece la pena la visita, 100% recomendada.

A partir de ahí, tras tomar un caldo calentito, solo me quedaba descender hasta Herías por un hábitat osero (un espacio protegido para la supervivencia de los osos, sí, osos). Obviamente, no me detuve mucho aunque sí encontré restos de animales muertos por el camino. En un día húmedo donde los haya, el camino se puede decir que se humedeció y que entonces era un barrizal. Una vez llegué a la plaza del pueblo, pedí a la hospitalera de Bendueños que me recogiera mientras me limpiaba el calzado.

En esta parte del trazado, uno podía ir pegado a la carretera a partir de Puente de los Fierros. Os recomiendo que no lo hagáis si vais a pie. Podéis conocer la histórica capilla de San Bartolomé (antiguo hospital de peregrinos) y regresar al fresco cobijo de la naturaleza para conocer la ermita y la fuente del ermitaño San Miguel (según cuenta su leyenda).

A la mañana siguiente, con la ropa ya seca, tocó seguir la ruta hasta Campomanes y la iglesia prerrománica de Santa Cristina de Lena (donde incluso tuve la fortuna de poder dar con la festividad de la comarca, sorteos de panes, gaiteros y misa en semejante paraje). Pero el camino continuaba y había que terminar la etapa en Mieres del Camino.

Algunos pensaban que la última etapa hasta Oviedo sería sencilla, habiendo pasado Pajares y tanta cumbres y caminos de cabras… pero aún quedaba llegar al alto del Padrún (y lamentablemente, en esta subida había riesgo de alcance por coches, así que había que ir con mil ojos). Después, pude contemplar el recinto medieval de Olloniego, pasar por su portazgo (puente o aduana en el que había que pagar para cruzarlo) y ver su histórico leguario. Sí, aún existen las leguas pese a que no sepamos su distancia exacta.

Tras estas sorpresas, únicamente quedaba llegar a Vetusta, la ficticia ciudad de ‘La Regenta’ (obra de Leopoldo Alas Clarín) y conocer el Salvador en la Catedral (una talla policromática, es decir con colores, del siglo XIII que era la meta para muchos peregrinos).

Ya en la localidad ovetense, uno bien puede descubrir nuestra patria querida, recogerse y descansar tras un corto pero complejo camino, bien regresar a casa o continuar el camino hasta Santiago. Si optaráis por la alternativa gastronómica, os recomiendo que os adentréis en la calle Gascona (conocida como el Bulevar de la Sidra) y comer unas fabes, un cachopo o una ensalada bien acompañado todo de una sidrina.

A mí me encantó dar con Santa Cristina de Lena (siglo IX), así que en cuanto supe que había otras tres iglesias prerrománicas por Oviedo, no lo dudé y decidí realizar una pseudo-ruta prerrománica. Podéis ir al Monte Naranco y ver Santa María del Naranjo (aula regia del palacio de Ramiro I, terminada de construir en 842) y otra iglesia prerrománica a pocos metros de dicho recinto palaciego, San Miguel de Lillo, cuyo estilo artístico es conocido como asturiano o ‘ramirense’. Más antigua aún es la basílica de San Julián de los Prados, en otra localización de la capital astúr, que data de principios del siglo IX (la época del reinado de Alfonso II el Casto).

Calle Gascona

Espero que esta publicación os anime a aventuraros o bien a disfrutar de los momentos de soledad, los cuales no siempre se tienen. Me despido con esta canción bastante animada y nómada de Alice Merton. ¡Os deseo un buen camino a todos!

I’ve got memories and travel like gypsies in the night’

1B xoxo

El Camino #4: Bicigrino hacia Uclés

Muy buenas,

Hoy, con esta entrada, quiero recordar una promesa que hice a alguien muy querido que hoy no está entre nosotros. Pese a que no pueda leer estas palabras, he querido publicar esta entrada en su honor en el aniversario del que hoy sería su cumpleaños, el 16 Febrero.

Rebobinemos un poco. Hace tiempo supe de la existencia de una variante del Camino de Santiago que salía de Madrid hacia la serranía de Cuenca, acabando en un antiguo monasterio de la Orden de Santiago, el Camino de Uclés. Apenas unos 150 kilómetros debidamente señalizados intentando evitar carreteras campo a través. Aún precisaba de más información, así que leí un blog de su Asociación de Amigos y, tras varios mensajes, fui a recoger mi credencial a la casa del creador de esta peregrinación, Manuel Rossi, allá por Rivas.

Con las fechas ya pensadas y anunciadas para que me esperaran en el albergue, inicié mi nuevo camino (esta vez en bicicleta de montaña, porque desconocía la dificultad del terreno). Tocó madrugar y salir hacia el sur por el curso del Manzanares (el primero de muchos ríos que iba a ver) y seguir las flechas rojas con la cruz de Santiago ¡menuda labor la de pintar tantas indicaciones y construir/mantener los mojones kilométricos!

Primera parada matutina en Rivas para sellar. A continuación, encontrarme con varias personas pescando en la Laguna del Campillo. Fortuna la mía al encontrarme con una vagoneta por la vía del tren de Arganda, cruzando el río Jarama… Parecía una escena de western ¿eh? Lo siguiente ya lo conocía, pues era seguir la Vía Verde del Tajuña (otro río más) y su continuación por la Vía del tren de los 40 días hasta la población de Estremera, donde me quedaría a dormir. Por suerte, lo calculé bien y llegué al hospicio de la asociación al atardecer, a tiempo para una ducha y para cenar. Consejo para navegantes: reservad y llamad con tiempo para que haya alguien que os pueda abrir el albergue.

Una curiosidad, la vía de los 40 días que conecta Carabaña y Estremera (apenas 14 kilómetros) es llamada así por la celeridad con que se construyó en plena Guerra Civil para llegar al frente de la Batalla del Jarama.

Pese al agotamiento, a la mañana siguiente, tocaba rodar ya por tierras manchegas con la curiosidad de atravesar varios túneles. Conviene decir que a partir de aquí el camino se complica, se vuelve más solitario y esto lo vuelve más interesante. Ya todo era campo de labranza, rebaños de ovejas, etc… ¡atrás quedaba la vida cosmopolita!

Con mucha atención para no perder las señales, encontré el Bosque de Barajas de Melo (pintado como el de Oma en el País Vasco), disfrutando de la fresca sombra junto al río Calvache. Como cúlmen, os diré que logré subir hasta la Cruz del Pelegrín ¡Menudo castigo tirar de una bicicleta que pesaba un quintal por unas cuestas tan complicadas!

Ya en lo alto, tocaba descansar y dejar una concha como promesa. Ya quedaba menos para el final, lo anunciaba el Paso Internacional bajo la A-40. Ya en Huelves, tras cruzar el río Riánsares, tocaba subir para disfrutar las vistas del Monasterio de Uclés como horizonte no avecinaba la dificultad añadida de los últimos compases de la etapa. Tras un viaje con tantos altibajos, la última subida hasta el Monasterio se convirtió en un calvario. Las piernas apenas me respondían, está claro que soy humano.

Pero tanto sufrir tuvo su premio, lo reconozco. Al sellar la última casilla de la credencial, te quedas con una sensación de aventura culminada, de no faltar lo prometido y de recordar los caminos recorridos en la vida (como dice la sublime canción de The Head and the Heart).

‘Rivers and roads, rivers til I reach you’

Pese a las dificultades de la vida ¡que la fuerza os acompañe, pequeños padawans!

1B xoxo

El Camino #3: Lebaniego y desvío Vadiniense

Buenos días,

Esta nueva entrada tiene un toque peregrino puesto que este verano, por promesa familiar, hice el Camino Lebaniego (una peregrinación hasta el Monasterio de Santo Toribio de Liébana, en Cantabria). El verano pasado crucé la costa cántabra haciendo la vertiente del Norte y no podía evitar volver a hacer alguna rutita por esta tierra tan bonita y hospitalaria. Este fue, en cambio, un camino muy corto, de apenas unos 70 kilómetros. Muchos optaban por culminarlo en dos días. Yo, en cambio, no lo vi posible por la lluvia. Este año es el Año Jubilar Lebaniego (cuando el día de Santo Toribio cae en domingo ese año) y me encontré con mucha gente en las etapas. Os narro mis aventuras y desventuras.

Nuevo camino de flechas rojas

Salir de San Vicente de la Barquera, esta era la parte que conocía del otro camino. Allí se bifurca la peregrinación entre los dos recorridos: flechas rojas o flechas amarillas. Este año tocaban las rojas. Consejo, ¡solicitad la credencial lebaniega en la Oficina de Turismo! El comienzo, lluvioso consiguió que parase más de lo debido y que buscase cobijo en algún que otro bar, como en Bielva (interminables escaleras con musgo que tuvimos que descender hasta Cades… ¡casi 300 escalones a ojo!). Como no era día de pasear, también se podía visitar la Ferrería de Cades, que data del siglo XVIII.

A partir de ahí, solo queda subir hasta Lafuente y disfrutar de la Iglesia de Santa Juliana (joya del románico) y proseguir la ascensión a Cicera y sentirse como un hobbit por la Comarca. A partir de ahí, uno puede continuar por varias rutas (algunas mejor señalizadas que otras) según nos contó un hombre de la zona, entendiendo que quizá se refería a caminos de pastoreo y eso. Sacad tiempo para visitar la Iglesia de Santa María de Lebeña (estilo prerrománico del siglo X). Poco que añadir, más que se atraviesa junto a la carretera Tama, Ojedo y Potes (¡bonito centro histórico!) y continuar hasta nuestro objetivo: el Monasterio de Santo Toribio. En este enclave, aprovechad a visitar sus ermitas (por ejemplo, la de Santa Catalina o la de San Miguel), entrar por la Puerta del Perdón y ver o tocar el Lignum Crucis (se cree que es parte de la cruz en la que crucificaron a Cristo).

Dado que me quedé con ganas de más, decidí seguir hasta León por la vía Vadiniense, un camino del que apenas tuve información por alguna web o blog, como en Gronze.

Breve apunte histórico: los vadinienses eran una tribu cántabra localizada en lo que hoy conocemos como el sur de Cantabria y el norte de León. Combatieron contra los romanos en las Guerras Cántabras y al ser vencidos adoptaron sus costumbres (por ejemplo, hoy tenemos múltiples lápidas funerarias vadinienses escritas en latín).

La nueva travesía cruzaba muchos pastos húmedos con varias oportunidades de conectar la etapa con la carretera para pararse en alguna de sus áreas de descanso. Al final de la etapa, en Espinama, tenemos como telón de fondo los Picos de Europa como presagio de la próxima etapa, tomando fuerzas con un cocido lebaniego (con garbanzos, berza, compango con chorizo, morcilla, tocino, más carne y un bollico de pan). Y quien me avisó hizo bien, ¡vaya día para ascender hasta la Horcada de Valcavao y el Puerto de Pandetrave! Se veía venir una niebla de las de ‘Silent Hill’ desde el teleférico de Fuente Dé. Lo bueno es que era una zona tan protegida que podías andar junto a vacas con sus terneros o caballos salvajes. Cuando más cruda se vuelve la etapa, con una preciosas vistas del valle de Valdeón, bien viene un refugio de montaña o descender a toda mecha hasta Portilla de la Reina.

Lo malo es desnivel acumulado, puede pasar factura y que las piernas se resientan. Lo bueno, que ya únicamente queda descender junto al río Esla hasta León, pasando por el embalse de Riaño (lamentablemente estaba con muy poca agua) el cual se construyó anegando la antigua población… Hoy quedan los restos bajo el agua y una iglesia que fue trasladada a la nueva ubicación. Tocaba seguir el curso del Esla, esta vez por la Calzada Romana o Vía Saliámica, atravesando cuencas mineras y fábricas siderúrgicas (hoy en desuso) con un cierto toque apocalíptico. Escoria por doquier y el murmullo del río de fondo, día tranquilo hasta Cistierna. Allí tuvimos el honor de comer ¡una tortilla de 14 huevos!, imposible de creer pero cierto (cabe añadir que éramos varios peregrinos y estábamos hambrientos).

Tras cruzar por enésima vez el Esla, esta vez por el Puente del Mercadillo, llegamos a los eternos páramos leoneses. Etapa sin complicación y algo monótona, excepto por el hecho de estar atento a los desvíos entre las cosechas. Lo mejor fue llegar a Gradefes, donde nos esperaba su monasterio (cisterciense para más señas), el cual pudimos visitar gratuitamente al acudir como peregrinos hospedados en el albergue municipal.

Se puede decir que me picó el gusanillo por ver más monasterios. Me enteré de que, en la siguiente etapa, podía desviarme siguiendo la ruta escondida de los Monasterios (el nombre promete ¿verdad?) y visitar varias localizaciones muy interesantes como el Monasterio de San Miguel de Escalada, donde paramos la mayoría a visitar esta joya arquitectónica mozárabe. ¡Bendito GPS! Gracias a éste pude localizar el Monasterio de San Pedro de Eslonza, hoy en ruinas, y la Iglesia de Nuestra Señora de la Asunción, en Villarmún. A partir de esta localidad, sólo me quedaba continuar en paralelo a la carretera hasta conectar con el Camino Francés.

Mi camino tocaba a su final. León esperaba con su enorme Catedral como meta. Una vez allí, tocaba aprovechar y volverse un turista ¡para qué negarlo! Pasear por su muralla romana, visitar la Plaza del Grano o la Colegiata de San Isidoro. Y sin duda alguna, mi mayor sorpresa fue conocer la Casa Botines, edificio construido por Gaudí con cierto toque medieval sin perder su aura modernista.

Un camino completo ¿no es cierto? Con unos primeros días lluviosos, con montañas y ríos, visitando monasterios, etc. y como colofón la llegada a León. Algunos dirán que cómo pueden ser vacaciones si los peregrinos sufrimos allá por donde vamos, pero lo que unos ven como sufrimiento por andar cientos de kilómetros otros lo vemos como metas completadas. Caminaría y caminaría como dice la canción de The Proclaimers.

‘I would walk 500 miles and I would walk 500 more!’

¡Buen camino, gente!

1B xoxo

El Camino #2: O Xacobeo del Norte, Inglés y Muxia

Ultreia!

Este verano tomé la decisión de realizar un nuevo camino de Santiago (para quien no lo sepa, el año pasado ya me aventuré a completar la vertiente primitiva en su totalidad), comenzando en Irún. No sabía si podría completar apenas una semana o sí llegaría a Compostela, si surgirían lesiones o recados universitarios que me harían abandonar la ruta para terminar el farragoso TFM. Con las ideas claras y un verano entre alfileres, emprendí la Donejakue bidea, el Camino del Norte en el País Vasco, desde la estación de Irún.

Al inicio, la humedad pesaba bastante, el conocido como el camino del Norte tiene muchos desniveles desde el nivel del mar (playas, rías) hasta subir los acantilados y los montes del interior del País Vasco. Me encantó el contraste de mar y montaña, incluso ahora con este bochorno he llegado a añorar los días de lluvia que caló hasta en lo más hondo de mi mochila. En esa semana pude degustar los pintxos en Donostia, descubrir parajes idílicos como la costa de Zarautz (visitando la estatua de Karlos Arguiñano), joyas geológicas como el flysch de Zumaia (ciudad donde se rodó el éxito cinematográfico español ‘Ocho apellidos vascos’), dormir en una estación de tren (el albergue de Deba) lugares históricos como el árbol de Guernika (gernikako arbola, himno no oficial para muchos vascos) e incluso parar a visitar Bilbao. Lamentablemente el Museo Guggenheim fue el punto y final al viaje junto a muchos de mis compañeros peregrinos que únicamente disponían de una semana. A partir de ahí, el camino era otra tabula rasa para comenzar a conocer más gente.

La salida desde Bilbo fue diferente, pude regresar al mar cantábrico, pasar de Euskadi a Cantabria, visitar pueblos y ciudades tan bonitos y encantadores como Santoña, Santander (cruzando más rías en barco), Santillana del Mar (la ciudad de las 3 mentiras pues ni es santa, ni es llana ni tiene mar) o Comillas (durmiendo en una antigua prisión, la Peña, hoy albergue de peregrinos). Días más tarde, crucé la frontera autonómica hacia Asturias (atravesando Unquera, Llanes o Ribadesella), y con ello me encontré con mucha más gente (muchos turigrinos que apenas hacían 10 kms a pie y el resto en tren o bus). Todo esto hizo imposible que continuase así, una nueva aventura se antojaba necesaria.

Con esta estampa, opté por desviarme y tomar el ferrocarril de vía estrecha (FEVE) hasta Ferrol, previa paradiña en la praia das Catedrais (o de las Catedrales, en Ribadeo), una de las mejores playas del mundo con sus arcos y puertas geológicas creadas por la erosión del mar en los acantilados que se asemejan a las arquerías de las naves de una catedral (similar a lo que ya os conté de la Jurassic Coast). Una pena que hubiese tantos turistas.

Praia das Catedrais

Tenía la esperanza de encontrarme menos gente en el Camino Inglés. Había oído que no lo hacía tanta gente (no hagáis caso a esos rumores, en verano todos los caminos se petan de gente). No puedo decir que este camino fuese fácil, pero comparado con los desniveles continuos del norte, apenas tuve un día de altura concluyendo en el Hospital de Bruma (antiguo hospicio de leprosos, hoy albergue de peregrinos) con parada para descansar un poco en el Cruceiro de San Pedro de Vizoño. Un camino que la gente hacía en seis días yo lo cumplí en apenas tres. Eso sí, los pueblos del interior son bellísimos y merece la pena visitarlos con tranquilidad, como Betanzos o Pontedeume, o disfrutar del bosque de meigas que se atraviesa antes de entrar en Santiago de Compostela.

La llegada a Santiago fue más accidentada de lo que me imaginaba, la catedral sigue en obras, y ya son más de tres años con andamios. El hecho de que este 2016 haya sido declarado año xacobeo o, mejor dicho, año jubileo extraordinario de la misericordia hizo que hubiese aún más gente en las ya tan pobladas callejuelas adyacentes al Obradoiro. Han cambiado la sede de la Oficina del Peregrino ¡algo es algo! Eso sí, la fila para acceder a la Catedral por la puerta del Perdón era de unas dimensiones comparables a las de un concierto de AC/DC (cientos de personas esperando a cruzar el umbral bajo un sol de justicia).

Vista la situación, con albergues y pensiones completas, decidí proseguir mi viaje hasta Finisterra y Muxía, ni las piernas ni mis compromisos académicos me lo impedían, y completar un recorrido que unas semanas antes no podía siquiera imaginar con un escenario infinito (el de los atardeceres frente al mar o en el Santuario da Virxe da Barca). En esta ocasión la tormenta me sorprendió en Muxía ¡una pena! El final más famoso, hoy en día, es el del faro del fin del mundo pero que sepáis que la tradición del camino era la de concluir la peregrinación en Muxía, allá donde Santiago apóstol encontró a la virgen. Me lo pasé como un niño con sus rocas tan características, como la Pedra dos Cadrís o riñones (si pasas por debajo tres veces ya no tendrás dolor de espalda), o la Pedra Abalar (si saltas y ésta tiembla estás libre de pecado). El mundo debe estar lleno de pecadores porque la roca se rompió y ya no tiembla.

Cada uno vive el camino a su manera, algunos hacen trampas, otros pueden disfrutarlo yendo a toda pastilla, los hay que apenas pueden cumplir una semana de penitencia pero no por ello son peores peregrinos. He narrado algunos detalles de mi trayecto, otros son los atajos de la Comunidad del Camino, las largas charlas con la Chukipandieak o cómo me encontré siendo el traductor honorario inter-peregrinos. Si he de quedarme con un sentimiento que englobe lo vivido éste sería la idea de abrirme a tanta gente con la que compartí tantas aventuras durante los casi 700 kilómetros que pude completar (atravesando 4 Comunidades Autónomas). Ya estoy en camino para mi siguiente propósito, como dice la canción de The Royal Concept.

‘I believe when the sky is burning, I believe when I see the view… We’re on our way’

¡Eskerrik asko o graciñas a la gente que conocí!

1B xoxo

El Camino #1: Primitivo y epílogo a Finisterra

Muy buenas a todos,

Ya estoy de regreso por estos lares, me he tomado un merecido descanso de tanto ajetreo, estudio e internet. Y mi modo de hacerlo no ha sido otro que adentrarme en lo profundo de la naturaleza, donde muchas veces no llega ni la señal de la cobertura del teléfono. Menuda experiencia. Como hace unos años ya descubrí el camino, esta vez me animé a descubrir el camino más complicado. Me refiero al Camino Primitivo (o Antiguo) cuyo origen se remonta al viaje que hizo Alfonso II el Casto, allá por el siglo IX, para visitar la tumba del apóstol.

Oviedo, a 320kms de Santiago

El primer día, empecé flojillo y ya contaba con haber buscado la primera vieira para saber por dónde salir. Ya arrastraba algo de cansancio de haber intentado acostumbrarme a la mochila haciendo la Ruta del Cares y probar a descender el río Sella en canoa. Mi cuerpo dijo basta y, tras salir de Oviedo (buscando las conchas por la ciudad), me tuve que quedar a media etapa, en El Escamplero. Gran acierto, porque allí conocí a gran parte de la peña que me ha acompañado durante todo el camino ¡Mersi gentecilla!

Lamentablemente tenía que recuperar los kilómetros no recorridos y me pegué una paliza para intentar dormir en el Monasterio de Cornellana. Objetivo cumplido, un precioso emplazamiento donde descansar del esfuerzo realizado y de las ampollas que ya empezaban a salir en los pies. Y lo peor no había pasado, la hospitalera nos avisó de la altimetría (aún teníamos subidas por delante). Las cuestas antes de Salas parecían duras pero lo que vino después hasta La Espina me dejó boquiabierto y agotado… pero no os paréis y seguid hasta Tineo (que son 10 kilómetros que se alargan serpentineando en exceso). Lo bueno, que el grupo ya se iba formando poco a poco, en gran parte también, por el buen rollo que teníamos en el final de etapa con unas cañas y con los trabalenguas. Éramos un grupo variopinto donde los haya: catalanes/as, madrileños e italianas ¡y ojo, nos entendíamos!

Lo peor venía a continuación, saliendo de Tineo pronto, con problemas estomacales, dispuesto a alcanzar Borres (o Campiello si la cosa se ponía difícil). Allí me hablaron del andancio: una enfermedad que se da en Asturias por el contraste de alimentación, agua y el cambio de altura. Quizás me contagié o puede que fuese una trola, who knows? Finalmente, en Borres nos esperaba un albergue pequeñito y con pocas cosas (menos mal que fuimos precavidos y compramos alimentos, etc. en el pueblo anterior). Pero de lo poco que hay hacemos mucho, como contar 20 moscas que se arrejuntan al móvil que se está cargando.

Tras Borres, uno puede animarse y subir por Hospitales (los antiguos hospicios de peregrinos en la Edad Media) o descender hasta Pola de Allande para ascender el peliagudo Puerto del Pico ¡allá cada uno!. Lo bueno, que en la primera estaréis más solos que la una y que tendréis un paisaje de ensueño (siempre que no haya niebla o lluvia).

A continuación, desde Berducedo nos aventuramos a un descenso abismal hasta la presa de Grandas de Salime para luego subir ¡otra vez! al pueblo homónimo. Son apenas 18 kilómetros pero las piernas notan el cansancio y las rodillas se resienten. Luego, ya habiendo acabado la etapa nadie rechaza una cañita y echarse unas cartas contándonos nuestras peripecias (como que nos tocara dormir a todos en un garaje por ser un grupo de 8 personas).

En el horizonte, el Alto del Acebo, que pinta durillo, y el paso a Galicia, instante que obviamente hay que inmortalizar para despedirnos de la querida Asturias. Acabamos la etapa atravesando un parque eólico y viendo como el albergue de Fonsagrada está lleno y hemos de proseguir unos pocos kilómetros hasta Padrón (eso sí, cargados de comida del supermercado ¡somos previsores!). Ya llevábamos una semana como ‘familia peregrina’ y se podría decir que comenzamos a muy buen ritmo, completando la mitad del recorrido previsto por la mañana pero según va pegando el sol, caemos a plomo y los kilómetros se tornan interminables. Al final, llegamos a un pueblo intermedio (O Cádavo Baleira, creo recordar), sin alojamiento posible y teniendo que dormir en un pabellón deportivo. Allí conocemos a dos chicos que van con un perro y que no consiguen albergue en muchos sitios, por eso nos preguntan si nos importaría dormir con ellos para compartir habitación al ser nosotros un grupo muy grande. Nunca digas no, eso te cierra puertas, así que se unen a la tropa.

La espalda no está tan resentida como pensaba tras dormir en el suelo y arrancamos decididos a remontar los 8 kms perdidos el día anterior, eso sí, sin traicionar al cafecito de buena mañana. Más tarde, otra vez, el calor ataca y pese a tener Lugo a la vista, dar vueltas como un pato mareao por sus callejuelas te desquicia. Al final, acabamos sólo teniendo ganas de dar un breve paseo por el centro y su muralla romana y tirar hacia el hotel porque mañana toca más. Eso sí, traspasar la ciudadela romana como lo hizo antaño Alfonso II ¡es un puntazo! En Lugo, conozco a otros dos chicos, uno italiano y otro francés, que duermen con nosotros y con los que luego decido continuar mi viaje. Un placer conocer tanta gente maja.

Salir de la capital lucense no es que sea lo más bonito con tanto asfalto… Nos conformamos con llegar a 20 kms (San Romao da Retorta) por el calor, porque nos perdimos y acabamos andando 5 kms a través de vías forestales hasta volver al camino oficial. La vida del peregrino no se puede controlar al milímetro, está claro.

Haber sufrido 3 días seguidos de solana me hizo pensar que quizás, para evitar más etapas problemáticas, lo mejor sería arrancar bien pronto y avanzar unos cuántos kilómetros más de noche a buen ritmo. Lo que nadie me dijo es que esa etapa transcurría en pleno monte y atravesando un bosque buscando flechas amarillas como un condenado, aunque caminar bajo el cielo estrellado es alucinante.

Y si encima te quitas 15 kilometracos para la hora a la que habrías salido del albergue, eso te da un subidón. Así que, llegué a Melide con una prontitud asombrosa, tanta como para comerme unas cuantas raciones abundantes de pulpito. Y allí se nos une otro italiano de Bilbao con el que es muy fácil congeniar. Todos somos ciudadanos del mundo ¿no?

Me decido a repetir la experiencia de madrugar porque para todos es sabido que ya en la unión de este camino con el Francés (que viene desde los Pirineos) se juntan un tropel de turigrinos y encontrar alojamiento es una lotería. Lo que nos pasó en O Pedrouzo, pese a ir con horas de adelanto, desde aquí doy las gracias a todos los peregrinos y hospitaleros que movieron cielo y tierra para que 7 personas se alojasen en 5 camitas. Como bien me dijo un compañero ‘un peregrino no pide, agradece’. El camino acaba, nos encontramos a las puertas de Santiago. Pena, alegría, no sé, tanta emoción quedó ahogada en alcohol, celebrando que habíamos completado el camino en tan buena compañía.

Sin más dilación me decido a continuar mi camino. Santiago de Compostela no es suficiente (pese a haberme perdido el botafumeiro) y sigo hacia Finisterra. Tenía días en la mochila y las piernas respondían. Con un poco de resaca, para qué negarlo, parto hacia Negreira. Contaba con los 22 kilómetros, pero el cansancio y la rodilla con tendinitis me lastraron.

Con la mente puesta en recorrer 33 kilómetros sin que me resienta de las ampollas, de la rodilla, etc. recorro la distancia más rápido de lo que suponía. Eso sí, no contaba con que en Olveiroa apenas hubiesen servicios, unas casitas y 3 bares e incontables hórreos.

Y otra vez, el camino se acabó, en el faro de Fisterra. Donde ya no hay más camino porque lo único que te rodea es el mar. Puesto que es el final, toca bañarse en el océano bajo la lluvia y la niebla. Una pena no haber podido disfrutar ese último atardecer sin la dichosa neblina.

Una pena regresar a casa tras este viaje que inmortalizo con esta entrada. Os animo a que os lancéis a estas aventuras (como dice Rémi Gaillard, ‘C’est en faisant n’importe quoi qu’on devient n’importe qui’). Agradezco a todos aquellos que me acompañaron, ayudaron y animaron para conseguir completar este camino vital, por tantos días en su compañía. Me siento feliz de haber comprobado que pude recorrer más de 400 kilómetros en 16 días (a un ritmo de 25 km/día la media). Ahora toca descansar un poco en casa y reponer fuerzas.

Me despido con mi canción del camino, de OneRepublic, por la de veces que la cantábamos.

‘Everything that downs me, makes me wanna fly!’

¡Buen camino!

1B xoxo