¡Buenos días y buen camino!
Esta entrada me gustaría dedicarla a un camino que hice recientemente y que ha sido una prueba de superación (¿y cuál no lo es?). En esta ocasión me animé a realizar el Camino Santiaguista de Uclés, ergo, montar en bici desde Uclés a Madrid. Se le podría llamar el camino de Uclés 2.0, el regreso al camino que hice años atrás hasta los montes de Cuenca.
Era una espinita que tenía clavada y que al final he hecho con mi ‘nueva’ bicicleta: una BH Olympic de carretera de los años 80 de acero (eso sí, restaurada). De ésas que aguantan todo, como los Nokia de los 2000… ¿Quién dijo obsolescencia programada? jaja
Se podría decir que en esta ocasión podía asemejarse a una penitencia. No siempre se anima uno a cubrir cientos de kilómetros en plena ola de calor con temperaturas de más de 40 grados. Ya por todos es conocido que la Mancha es conocida por su frescor, ironía incoming.
En resumen, me tocó superar mis límites (eso sí, yendo siempre con cuidado e hidratándome a menudo). Ya había esperado bastante para volver al camino tras inundaciones, pandemia, etc. Una cosa estaba clara: no pensaba volver a posponerlo de nuevo.
La salida desde el monasterio de Uclés fue tranquila a la par de técnica (tocaba ir con mil ojos y percatarse de las partes de los senderos con terreno más compacto así como evitar las piedras que pudiesen hacer que pinchase las ruedas). Este problema se multiplica si, como servidor, vas con ruedas mixtas (pero finas) de carretera. Da igual que sean Schwalbe Marathon, en medio del campo cualquiera puede tener un pinchazo y el calor no era un buen aliado para mis cubiertas.
Pese a salir por la mañana (con la idea de no tener que hacer muchos kilómetros con la solana encima), tocó rodar entre caminos y carreteras secundarias bajo un sol de justicia. Tocaba aprovechar las fuentes y la poca sombra que encontraba.
Entre las novedades que os puedo contar, ver el trébol de Elidio o la nueva área de descanso junto al Bosque de los Peregrinos al estilo del bosque pintado de Oma. Se ve que Manuel Rossi, su creador se lo ha currado y mucho (y eso es de agradecer). Y si no, mirad el paso internacional bajo la carretera a la salida del pueblo conquense de Huelves ¡Menudo trabajazo!
La subida al Pelegrín picó tanto como la otra vez y tuve que poner pie a tierra. Los neumáticos patinaban y la seguridad es lo primero. Luego, junto a la cruz, un respiro y a admirar el paisaje.
Después de almorzar en Barajas de Melo tocaba continuar la ruta (con contratiempos como sitios donde sellar que no estaban abiertos). Ante estos problemillas uno ha de actuar y no quedarse quieto, pasar a otro pueblo o ver otras opciones.
Y esto me pasó más de una vez, se nota que en verano los horarios son más laxos. Por suerte, lo que nunca cierra es el camino en sí. Tocó remontar la vía verde de los 40 días desde Estremera y subir hasta Carabaña (¡y más sitios cerrados!). Imaginaos que no encontráis un albergue o que pincháis una rueda. Hay que aprovechar cada descanso y cada sombra, como bien hice en los túneles hacia Estremera.
Tras un refrigerio, había que pasar por Tielmes y recorrer la vía del Tajuña (la huerta madrileña) hasta Perales del Tajuña, donde me esperaban Ana y Virginia con su gatita Carolina en la Casita de Peregrinos (unos soles). Ojalá hubiese más hospitaleros/as como ellas.
Ya iba teniendo las piernas algo cansadas pero tocaba rodar con una meta: llegar a Morata para disfrutar de mi merecido desayuno de campeones, sus famosísimas palmeritas (una con chocolate fino y otra con fondant más grueso)… ¡Un delicioso manjar!
Tras el madrugón y esa exquisitez, era el turno de ascender por la última parte de la vía verde del Tajuña pasando por la antigua estación de Cornacabra, la cual cumplió con su función de transporte de personas y mercancías hasta bien entrada la década de los años cincuenta.
Coronada la ascensión junto a una cementera (ahí estoy, celebrando victorioso llegar a la cima con mi maillot de Otero), ya únicamente quedaba descender relajado a Arganda del Rey, tierra de recortadores. Tras la localidad de la Poveda, opté por ir por un desvío y atravesar el antiguo puente de la N-III para llegar a Rivas. Me encanta la experiencia de realizar un camino distinto e imprevisto. Ya os he narrado otras aventuras como mi inesperado epílogo a Fisterra o el cambio de camino del Norte al Inglés. A explorar se ha dicho, como Indiana Jones, y hacer el camino tuyo.
Poco quedaba ya hasta Madrid, o eso pensaba, pero el calor empezó a pegar de lo lindo. Era el momento de la épica emulando a Don Quijote y Sancho con las trincheras de la Guerra Civil (o de los maquis, según a quien preguntéis) como escenario de fondo o en la foto, la cueva de la Bruja antes de llegar al río Manzanares.
Me está quedando un relato un poco largo, lo sé y lo lamento, pero detallado también. Una vez veía que estaba llegando a la capital, una cosa estaba clara, me esperaba una cálida bienvenida en Madrid (et oui, ¡por las tórridas temperaturas! jeje) y sellar finalmente en la Iglesia de Santiago, ubicada en pleno casco histórico madrileño junto al Palacio Real.
Información para novatos/as: Si os interesa hacer el camino, podéis acercaros a esta iglesia y pedir la credencial. Hasta tienen días en que se reúnen para dar información y consejos sobre el camino.
Si una cosa he aprendido de esta epopeya es que incluso en los momentos de flaqueza uno puede sacar fuerzas y ser paciente, que la vida no es una carrera. Ante toda dificultad u obstáculo, hay que esperar que todo mejore. O al menos eso nos recuerda esta canción de James Blunt.
‘When every ship is going down
I don’t fear nothing when I hear you say:
– It’s gonna be okay’
Tras tan heroico viaje, tocó limpiar la bicicleta y tomarse un bien merecido descanso.
1B xoxo