El Camino #9: Voie d’Arlés y final Aragonés

Muy buenas mi gente,

En este capítulo peregrino me gustaría contaros una de mis vivencias veraniegas. En esta ocación fui a la vía de Arlés con un primer atajo gracias al TER (tren regional) desde Pau. D’accord, no comencé en Arlés… de ser así no podía (por falta de días) haber cruzado la frontera con España y eso era lo que más me importaba hacer este verano. A continuación veréis el por qué.

¿Qué puedo deciros de su origen? Pues se remonta a la llegada de los peregrinos desde Montpellier, Toulouse, etc. muchos de ellos monjes cluniacenses que aprovechaban el paso romano del Somport y el valle del río Aragón para llegar hasta tierras navarras donde confluye con el itinerario principal, desde la localidad francesa de Saint-Jean-Pied-de-Port (San Juan Pie de Puerto) hasta Santiago de Compostela.

Así es que comencé esta aventura desde la población de Oloron-Sainte-Marie, remontando el gave d’Aspe (‘gave’ es torrente pirenaico, a quien le interese saber su significado). Las etapas francesas fueron bastante amenas, yendo por praderas, granjas, durmiendo en lugares sorprendentes como el monasterio de Sarrance o el albergue situado en el antiguo hospital de peregrinos de Borce que se remonta a la Edad Media.

Una curiosidad que no supe hasta que empecé la ruta es que en Oloron se cruzan dos caminos, el que viene de Arlés y otro llamado la voie du Piemont que pasa por Lourdes. Por lo tanto, a la salida, había que prestar atención de no equivocarse de camino.

Hasta aquí los paisajes bucólicos (admirando vuelos de milanos) y las deliciosas comilonas. Ya me habían avisado de la dificultad de la etapa de subida al col du Somport. Y lo que es más, se ha redirigido parte de su trazado a un gélido túnel de ferrocarril en desuso antes de Urdos para poder salvar un punto negro peligroso. Ahora están de obras habilitando una pasarela para no tener que ir junto a los coches y camiones.

A partir de esta población, ya todo era subir por bosquecitos varios en los que encontrar helechos, brezos o flores tales como esta vara de oro (solidago virgaurea) que se utiliza como diurético o frente al reuma. También es posible encontrarse con las vacas pirenaicas. Cuidado, eso sí, de no acercarse mucho porque puede ser que haya algún patou o perro de montaña de los Pirineos, una raza de pastoreo que se utiliza para vigilar los rebaños a esas alturas y defenderlos de los ataques de los osos y lobos. Yo preferí no jugármela, llamadme precavido.

El paso por la aduana del Somport es ya un hito en sí. Si podéis dormir en la montaña, en algún albergue o refugio, os lo recomiendo pues es un puntazo poder ver el cielo a esas alturas y disfrutar de la tranquilidad de la montaña.

¿Sabéis de dónde viene el nombre de Somport? Pues de su historia romana dado que la vía tenía su paso este punto lo llamaron ‘Summus Portus’, es decir, el puerto más alto.

Y tras este tan merecido y necesario descanso pirenaico, tocaba bajar todo lo que se había ascendido pero en esta ocasión por la zona sur hacia las tierras del antiguo reino de Aragón.

Primer mojón del camino aragonés en Somport

El comienzo del camino Aragonés contaba con mucha más gente que la que venía encontrándome por Francia pues había bastantes senderistas que venían realizando el GR10 o GR11 atravesando la cordillera montañosa entre el Atlántico y el Mediterráneo. Tampoco era una afluencia tal que colapsara los caminos pero sí convenía reservar los refugios o albergues.

El año pasado pude cruzar el límite franco-español por Navarra por la variante del Baztanés. Este año tocaba la ruta aragonesa que desciende junto al río Aragón vía Candanchú (pasando por las ruinas del Hosptial de Santa Cristina) hacia Canfranc (imprescindible ver la entrada de su túnel y la estación ya recuperada) y refrescarse junto al puente de San Miguel por Jaca. Me vino a la memoria Pamplona y la Taconera por su ciudadela con los cervatillos… ¡Cuántos recuerdos!

Mención aparte merece la cueva de las Güixas por la localidad de Villanúa. Mientras se desciende de la montaña bordeando el pico de la Collarada (2.886 metros de altitud) daréis con una gruta con una historia singular. Y es que cuenta la leyenda que este lugar se reunían mujeres para realizar baños de luna y mantenerse jóvenes. Se dice esto pero muy probablemente fuesen personas con conocimientos de plantas medicinales que podían ayudar en partos, etc. y que por enemistad de vecinos, etc. fueron acusadas de brujería y quemadas. Os animo a que lo visitéis, además se está a la fresca en su interior. Lo ideal en plena ola de calor. Los murciélagos saben bien donde recogerse y aquí hay una gran comunidad de hasta 12 especies distintas.

Consejo que muchos hicieron, yo no, y que aquí os explico. Algún que otro peregrino optó por reservar dos noches cama en Jaca, subir en bus por la mañana de Jaca a Somport y realizar la primera etapa con lo mínimo (casi sin peso en la mochila: agua, comida, etc.) y no forzarse tanto en esa larga jornada de más de 30 kilómetros.

Lo duro, diría yo, venía después y ahora veréis a qué me refiero. A partir de Jaca, los caminantes pueden optar por seguir un trazado recto y paralelo a la carretera hasta Puente la Reina de Jaca o bien tomar una variante y visitar San Juan de la Peña. Yo me animé por la novedad, ¿quién sabe cuándo volvería a estar por esos lares?, Lo que no sabía es que es la etapa más difícil del camino, con diferencia, por los caminos por los que lleva, el desnivel acumulado y la falta de señalización en muchas partes. Ya lo decía la guía Gronze «sólo es recomendable para peregrinos con experiencia en este tipo de caminos». Y puedo decir que tras el Vadiniense por los Picos de Europa o el Salvador por el puerto de Pajares, uno ya lo ha visto todo.

Adentrarse en espacios naturales protegidos tiene sus pros y contras. La etapa es dura y es fácil perderse, cierto, pero la belleza del paraje es la recompensa y poder ver sus monasterios (nuevo y viejo) y las iglesias de Santa Cruz de la Serós (tras descender por el peliagudo barranco de la Carbonera) para mí fue un plus.

El enclave del monasterio viejo parece inexpugnable, protegida debajo de una roca, digno de un ermitaño ¿no? Allí encontraréis las tumbas de los primeros reyes de Aragón. Cuenta la leyenda que se guardó el Santo Grial entre los siglos XI y XIV. Obviamente era un lugar por el que, sí o sí, había que pasar. Entenderéis pues que quisiera llegar a España. Nota importante: también es posible visitar esta localización en bus, para aquellos que no se sientan tan valientes de probar esta variante.

Puesto que el desvío fue bastante duro para nuestros pies, las etapas siguientes fueron más bien relajadas (descansando en Santa Cilia y Arrés, parada obligada del camino en su albergue de donativo, un lujazo que siga habiendo sitios así). Tras dejar atrás los valles pirenaicos, nos adentramos en los campos de labranza y colinas de escorrentía con formas extrañas.

Si os interesa lugares con encanto, cerca de Artieda podéis ver la Ermita de San Pedro (construida con restos romanos, como prueba su columna). Se comenta que pertenecería a un templo erigido en honor al dios Jano.

El camino está repleto de momentos sin importancia (viendo las formas de las nubes) y sorpresas, como las ruinas de Ruesta cuyo albergue y bar son gestionados por el sindicato CGT (fantástico lugar para poder observar las perseídas o lágrimas de San Lorenzo). A la salida de sus calles daréis de lleno con el polémico pantano de Yesa cuyo recrecimiento del embalse ha sido denunciado por los daños medioambientales, las grietas que causan deslizamientos, etc.

Tras estos dias de mayor soledad, casi sin servicios salvo los alojamientos, optamos por realizar otro desvío para conocer el Castillo de Javier (meta de la peregrinación navarra, la Javierada, en honor a su patrono: San Francisco Javier).

San Francisco Javier, allá por el siglo XVI, se marchó de su tierra para estudiar en la Sorbona de París. Allí conoció a Ignacio de Loyola y su influencia hizo que en 1541 se aventurara a dar a conocer la palabra de Dios en lugares tan lejanos como Indonesia, Japón o China. Hoy sus restos se encuentran en Goa (India). Un trotamundos, sí, señor.

Para regresar al camino principal hubo que ascender por la Peña del Adiós, desde la que dice la leyenda que el santo se despidió de su tierra por última vez.

Los caminos se tornan más secos, sin mucha sombra y las etapas más largas de lo deseado pero no hay tantos albergues como en otros caminos (véase el del Norte o el Primitivo). Algunos compañeros de andanzas se fueron bajando del tren ya en Sangüesa (donde se encuentra la carta del ahorcado del tarot en el pórtico de la Iglesia románica de Santa María la Real).

Otra variante más difícil de encontrar, porque ni en las webs aparece, es la que se puede tomar entre Sangüesa y Monreal y nos lleva por la Foz de Lumbier, un espacio medioambiental bellísimo en una garganta natural. Lindo enclave que merece la pena conocer, por disfrutar de sus paredes repletas de buitres y águilas. Con semejante paisaje ¡qué más da añadir unos kilómetros a la etapa!

Ya el camino va llegando a su fin por Monreal, donde podréis cruzar su magnífico puente medieval. Lo malo de hacer el camino en verano es que puede tocarte aguantar una canícula. Para ello, no queda otra que madrugar e intentar evitar la ola de calor haciendo la mayor parte de la etapa con el fresco matinal. Pero entonces apenas verás los parajes que el camino te presenta. Un peregrino es un aventurero, sí, pero no ha de ser un imprudente.

La última parte de este camino atraviesa campos y zonas de secano… Cada vez se parece más a los horizontes castellanos. Aquí podréis ver los restos del castillo de Tiebas o la torre de Olcoz (la cual fue incendiada cuando las tropas napoleónicas se hallaban en su interior) antes de terminar en Eunate y su conexión con el camino francés por Puente la Reina.

Existe cierta magia en estos últimos lugares, Eunate y Puente la Reina, unida a los Templarios. Era la 1ª orden de caballería religiosa o monjes guerreros. Se pueden encontrar ciertos símbolos suyos como la pata de oca en la cruz del Cristo de Puente la Reina (se cree que era una encomienda templaria).

La iglesia de Santa María de Eunate, cuya construcción data del siglo XII, tiene una historia interesante. Su nombre vendría a significar ‘cien puertas’ pero hoy día únicamente podemos ver los 33 arcos que rodean la iglesia. Se piensa que había otras dos arquerías (hoy desaparecidas) haciendo así las 99 puertas más la de la portada de entrada al edificio sacro.

Como queda una arquería, se ha extendido la idea entre muchos peregrinos que hay que dar 3 vueltas a la iglesia para recargarse de fuerzas en el camino.

Y hasta aquí mi verano de descubrimientos. No ha ido nada mal, restos romanos, el Santo Grial, inscripciones secretas en pórticos de iglesias, leyendas templarias, etc. Por un momento parecería tratarse de la trama de una película de aventuras al estilo Indiana Jones (salvando las distancias jaja) ¡Qué pena que agosto se esté acabando!

‘August slipped away!’

1B xoxo