El Camino #3: Lebaniego y desvío Vadiniense

Buenos días,

Esta nueva entrada tiene un toque peregrino puesto que este verano, por promesa familiar, hice el Camino Lebaniego (una peregrinación hasta el Monasterio de Santo Toribio de Liébana, en Cantabria). El verano pasado crucé la costa cántabra haciendo la vertiente del Norte y no podía evitar volver a hacer alguna rutita por esta tierra tan bonita y hospitalaria. Este fue, en cambio, un camino muy corto, de apenas unos 70 kilómetros. Muchos optaban por culminarlo en dos días. Yo, en cambio, no lo vi posible por la lluvia. Este año es el Año Jubilar Lebaniego (cuando el día de Santo Toribio cae en domingo ese año) y me encontré con mucha gente en las etapas. Os narro mis aventuras y desventuras.

Nuevo camino de flechas rojas

Salir de San Vicente de la Barquera, esta era la parte que conocía del otro camino. Allí se bifurca la peregrinación entre los dos recorridos: flechas rojas o flechas amarillas. Este año tocaban las rojas. Consejo, ¡solicitad la credencial lebaniega en la Oficina de Turismo! El comienzo, lluvioso consiguió que parase más de lo debido y que buscase cobijo en algún que otro bar, como en Bielva (interminables escaleras con musgo que tuvimos que descender hasta Cades… ¡casi 300 escalones a ojo!). Como no era día de pasear, también se podía visitar la Ferrería de Cades, que data del siglo XVIII.

A partir de ahí, solo queda subir hasta Lafuente y disfrutar de la Iglesia de Santa Juliana (joya del románico) y proseguir la ascensión a Cicera y sentirse como un hobbit por la Comarca. A partir de ahí, uno puede continuar por varias rutas (algunas mejor señalizadas que otras) según nos contó un hombre de la zona, entendiendo que quizá se refería a caminos de pastoreo y eso. Sacad tiempo para visitar la Iglesia de Santa María de Lebeña (estilo prerrománico del siglo X). Poco que añadir, más que se atraviesa junto a la carretera Tama, Ojedo y Potes (¡bonito centro histórico!) y continuar hasta nuestro objetivo: el Monasterio de Santo Toribio. En este enclave, aprovechad a visitar sus ermitas (por ejemplo, la de Santa Catalina o la de San Miguel), entrar por la Puerta del Perdón y ver o tocar el Lignum Crucis (se cree que es parte de la cruz en la que crucificaron a Cristo).

Dado que me quedé con ganas de más, decidí seguir hasta León por la vía Vadiniense, un camino del que apenas tuve información por alguna web o blog, como en Gronze.

Breve apunte histórico: los vadinienses eran una tribu cántabra localizada en lo que hoy conocemos como el sur de Cantabria y el norte de León. Combatieron contra los romanos en las Guerras Cántabras y al ser vencidos adoptaron sus costumbres (por ejemplo, hoy tenemos múltiples lápidas funerarias vadinienses escritas en latín).

La nueva travesía cruzaba muchos pastos húmedos con varias oportunidades de conectar la etapa con la carretera para pararse en alguna de sus áreas de descanso. Al final de la etapa, en Espinama, tenemos como telón de fondo los Picos de Europa como presagio de la próxima etapa, tomando fuerzas con un cocido lebaniego (con garbanzos, berza, compango con chorizo, morcilla, tocino, más carne y un bollico de pan). Y quien me avisó hizo bien, ¡vaya día para ascender hasta la Horcada de Valcavao y el Puerto de Pandetrave! Se veía venir una niebla de las de ‘Silent Hill’ desde el teleférico de Fuente Dé. Lo bueno es que era una zona tan protegida que podías andar junto a vacas con sus terneros o caballos salvajes. Cuando más cruda se vuelve la etapa, con una preciosas vistas del valle de Valdeón, bien viene un refugio de montaña o descender a toda mecha hasta Portilla de la Reina.

Lo malo es desnivel acumulado, puede pasar factura y que las piernas se resientan. Lo bueno, que ya únicamente queda descender junto al río Esla hasta León, pasando por el embalse de Riaño (lamentablemente estaba con muy poca agua) el cual se construyó anegando la antigua población… Hoy quedan los restos bajo el agua y una iglesia que fue trasladada a la nueva ubicación. Tocaba seguir el curso del Esla, esta vez por la Calzada Romana o Vía Saliámica, atravesando cuencas mineras y fábricas siderúrgicas (hoy en desuso) con un cierto toque apocalíptico. Escoria por doquier y el murmullo del río de fondo, día tranquilo hasta Cistierna. Allí tuvimos el honor de comer ¡una tortilla de 14 huevos!, imposible de creer pero cierto (cabe añadir que éramos varios peregrinos y estábamos hambrientos).

Tras cruzar por enésima vez el Esla, esta vez por el Puente del Mercadillo, llegamos a los eternos páramos leoneses. Etapa sin complicación y algo monótona, excepto por el hecho de estar atento a los desvíos entre las cosechas. Lo mejor fue llegar a Gradefes, donde nos esperaba su monasterio (cisterciense para más señas), el cual pudimos visitar gratuitamente al acudir como peregrinos hospedados en el albergue municipal.

Se puede decir que me picó el gusanillo por ver más monasterios. Me enteré de que, en la siguiente etapa, podía desviarme siguiendo la ruta escondida de los Monasterios (el nombre promete ¿verdad?) y visitar varias localizaciones muy interesantes como el Monasterio de San Miguel de Escalada, donde paramos la mayoría a visitar esta joya arquitectónica mozárabe. ¡Bendito GPS! Gracias a éste pude localizar el Monasterio de San Pedro de Eslonza, hoy en ruinas, y la Iglesia de Nuestra Señora de la Asunción, en Villarmún. A partir de esta localidad, sólo me quedaba continuar en paralelo a la carretera hasta conectar con el Camino Francés.

Mi camino tocaba a su final. León esperaba con su enorme Catedral como meta. Una vez allí, tocaba aprovechar y volverse un turista ¡para qué negarlo! Pasear por su muralla romana, visitar la Plaza del Grano o la Colegiata de San Isidoro. Y sin duda alguna, mi mayor sorpresa fue conocer la Casa Botines, edificio construido por Gaudí con cierto toque medieval sin perder su aura modernista.

Un camino completo ¿no es cierto? Con unos primeros días lluviosos, con montañas y ríos, visitando monasterios, etc. y como colofón la llegada a León. Algunos dirán que cómo pueden ser vacaciones si los peregrinos sufrimos allá por donde vamos, pero lo que unos ven como sufrimiento por andar cientos de kilómetros otros lo vemos como metas completadas. Caminaría y caminaría como dice la canción de The Proclaimers.

‘I would walk 500 miles and I would walk 500 more!’

¡Buen camino, gente!

1B xoxo